01 octubre, 2017

SUPERHÉROES A TERAPIA

Stan Lee ha decidido mandar a cinco de sus superhéroes al psicoterapeuta para descubrir lo que piensan de él y conocer, de primera mano, los traumas que pudieran tener en su faceta de humanos comunes y corrientes. Él piensa que todos están a todo dar; ¿será cierto?
—Buenas tardes, soy la doctora Enigma. Les doy la bienvenida a esta sesión de terapia de grupo. Vamos explorar aquellos resentimientos contra el señor Stan Lee que nunca han podido expresar por algún tipo de temor o trauma. Quisiera que hoy hablaran abiertamente de lo que cada uno de ustedes piensa y siente en lo más profundo de su ser. Imagínense que su creador está sentado aquí, entre nosotros, y que ni él ni nadie los va a juzgar por lo que puedan decir. ¿A quién le gustaría empezar?
Nadie toma la iniciativa. Casi todos los presentes están cabizbajos y se miran de reojo en espera de que alguien se anime a participar. El personaje más resuelto decide ponerse de pie para presentarse.
—Yo voy empezar porque tengo un importante compromiso más tarde y, la verdad, quisiera terminar esto lo antes posible…
—¿Podría decirnos su nombre —lo interrumpe la terapeuta—?
—¿Mi nombre? Todos me conocen —el hombre no disimula la molestia que le causa la interrupción de la doctora—. Soy Tony Stark. Heredero de Industrias Stark. Y como les decía, no sé por qué estoy aquí. Sospecho que esto será una gran pérdida de tiempo. Mi vida es perfecta como está. Tengo todo el dinero del mundo, soy uno de los máximos cerebros y desarrolladores de tecnología en la actualidad y, por si fuera poco, ninguna dama es capaz de rechazarme una invitación a salir. Yo estoy satisfecho y en paz con mi creador. Ahora con su permiso, me retiro.
—Espera un poco —interviene otro de los asistentes—, no te vayas, siéntate. Tengo una duda: de todas esas virtudes que te han tocado, ¿cuál es exactamente tu superpoder? Buenas tardes a todos, mi nombre es Bruce Banner y tengo problemas de bipolaridad, ira y manejo de estrés.
—Yo soy Susan Storm —se levanta la única mujer entre los participantes—. Así como me ven de tranquila y ecuánime, arde en mi interior la rabia por formar parte de este universo machista de superhéroes.
—Creo que es mi turno. Me llamo Peter Parker. Es la primera vez que vengo a una sesión de este tipo. Ya que se trata de confesiones, debo decir que, si hay algo que me molesta, es la personalidad de adolescente bulleado que me tocó.
—Percibo que sus miradas apuntan en dirección a mí por ser el único que falta de presentarse. Mi nombre es Matt Murdock, soy invidente y abogado. Soy Daredevil, un ciego temerario en busca de venganza. El Juan sin miedo de los hermanos Grimm venido a superhéroe.
—Es un gusto tenerlos a todos ustedes aquí reunidos —dice la terapeuta mientras revisa sus notas—. Quisiera ahondar en el caso del señor Stark. En una entrevista, Stan Lee dice que si pudiera escoger a uno de sus personajes para salir a un bar a tomar un trago, sería con usted.
—Y yo estaría encantado de hacerlo —responde Tony—. Seguramente él se identifica mucho con mi personalidad. Tal vez porque soy el más humano, sin agraviar a nadie —cruza miradas con Bruce y sonríe con un dejo de burla.
—Si ser humano significa jugar al playboy, heredar un imperio y creerse el sabelotodo, podría estar de acuerdo contigo —interviene Susan—. ¿Pero te has dado cuenta de que esos atributos representan justo lo que la sociedad rechaza?
—Además, sin su traje de acero —agrega Peter—, ¿dónde realmente está el superhéroe? Yo no necesito vestirme araña para trepar por las paredes —se queda reflexionando un momento—. ¿Se dan cuenta de la carga que llevo con mi personaje? ¡Soy una araña! Todo mundo detesta a las arañas. Además, ahora sé que cuando Stan me creó, a nadie le gusté, a nadie convencí —el joven se lleva las manos al rostro y solloza.
—No te sientas mal, amigo arácnido —responde Bruce—. Tienes un futuro promisorio. En cambio, mírame a mí. Soy una combinación de doctor Jekyll, mister Hyde y Frankenstein con esteroides. Un eterno perseguido que lo único que desea es encontrar una cura para esta pesadilla a la que me condenó “mi padre”, Stan Lee. Yo debería ser su hijo predilecto, su favorito, su compañero de juerga.
—Tranquilo, Bruce —interviene Matt—. Siento que te acercas a una frontera que no queremos traspasar ahora. Relájate, por favor. No te pongas verde. Mírame a mí, tú, que sí puedes ver. Soy ciego desde niño y vivo sobrecargado de una temeridad que en realidad no me encanta. ¿Me estas oyendo, Stan? ¿Por qué mi motivación tuvo que ser la venganza? ¿No teníamos suficiente con el hombre murciélago de la casa de enfrente? Además, aquí estoy con científicos que han sufrido accidentes que más o menos explican su condición. ¿Yo qué? —Matt empieza a llorar mientras Bruce, ya más tranquilo, le conforta con un abrazo.
—Bueno, Matt —agrega Susan—. Tú por lo menos sirves de ejemplo de superación para la gente con ceguera. Representas al hombre que supera una desgracia personal. Yo en cambio, a pesar de ser una mujer extraordinaria, tengo que vivir a la sombra de un líder masculino. Ni siquiera en esta fantasía la mujer puede tomar un papel protagónico. Hemos de ser la novia, la esposa o la compañera de un superhéroe para ganarnos un lugar en la historieta. Si no, tenemos que andar medio desnudas y con un látigo porque no basta con ser heroína, hay que lucir como todo un objeto sexual.
—Bueno, tal parece que todos ustedes están a disgusto con sus personajes — reflexiona Tony—. Yo la verdad, los admiro. Casi hasta podría decir que los envidio. Nunca he visto un ser más poderoso que el Hulk; ¿trepar por las paredes como una araña? Ya quisiera yo poder hacer eso. La agudeza de los sentidos de Daredevil, eres increíble. Y tú, Susan, ¡eres la mujer invisible!
—¡Exacto —reacciona Susan—! Como el Hombre Invisible de George Wells, nomás que a la sombra de su marido. No lo puedo aceptar. Renunciaría a ello, si pudiera. Después de todo, ahí están los otros miembros de los Cuatro Fantásticos. Por mí, que se queden en tres. Yo prefiero irme a luchar por el empoderamiento de la mujer, que buena falta hace.
—Nunca había pensado en las cosas que aquí les escucho decir —comenta Peter—. ¿Y se han fijado en esa manía que tiene Stan de nombrarnos con la misma letra inicial a cada uno de nosotros, ¿qué onda con eso? Peter, Parker; Susan, Storm; Matt, Murdock; Bruce, Banner; Tony… ¿Stark?
—Ahí está de nuevo el favorito de papá —dice Bruce con desdén.
—Momento —interrumpe Tony—, la repetición se da en Invencible Iron Man. ¿Ya ven? “Sufro” igual que ustedes.
—Ay por favor, Tony —interviene Matt con cierto hartazgo—. Percibo tu ironía con claridad. A todos nos han tocado personalidades atormentadas de una u otra forma. ¿Tú? Más bien pareces un capricho, el alter ego del mismísimo Stan Lee. Eres un consentido narcisista.
El grupo se queda en silencio y a la expectativa. El rostro de Tony delata su furia contenida ante la afirmación de Matt. Se han dicho cosas muy fuertes, los personajes se han manifestado como nunca lo habían podido hacer. La psicoterapeuta toma la palabra para apaciguar la discusión.
—No se trata de atacarnos unos a otros. Estoy segura de que el señor Stark está consciente de su ensimismamiento. Después de todo, tiene una vida muy ocupada con sus inventos, sus contratos, la industria militar.
—Está bien —finalmente habla Tony—. Es posible que tengan razón en lo que dicen. Estoy demasiado ocupado conmigo mismo, en las cosas que puedo comprar con dinero: autos, aviones, barcos. Pero sepan que lo que hago me ayuda a mantenerme vivo —hace una pausa para pensar sus palabras—. Yo tengo un corazón artificial. Ahí está justo lo que me distingue de ustedes. No tanto por el órgano que bombea sangre al cuerpo; sino por lo simbólico. ¿Se trata de hacer confesiones, no? Pues esta es la mía: el vacío sentimental es lo único que no puedo llenar con dinero. El verdadero amor no se compra.
La tensión del grupo se diluye. Hay miradas de compresión entre todos los personajes. Se han sincerado y se han escuchado unos a otros. Están conscientes de lo que les hace daño; han dado un paso adelante para aceptarse, perdonar y tener una vida más plena. El dolor disminuye si se comparte y encuentra empatía en las personas alrededor.
La sesión ha terminado por hoy. La doctora los felicita y se despide de cada uno. Los personajes volverán a su mundo fantástico con una carga emocional menos. Ahora solo queda conocer la opinión de Stan Lee sobre esta sesión introductoria y saber si está dispuesto a financiarles todo un tratamiento, que buena falta les hace.
@xosemamero
Artículo publicado en la Revista Lee+ de octubre 2017, edición num 101.

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