01 septiembre, 2017

PUNK ALLEY

¿Quieres acabar con la autodestrucción del mundo? DIY
Hoy te invito a salir a la calle. La idea no es pasearnos por algún parque o visitar un museo. No iremos a recorrer zonas hipsters ni tampoco centros comerciales o tianguis de artesanías. La propuesta es irnos a un barrio donde podamos encontrar otra cara de la cultura social. Vámonos a descubrir un callejón punk.
Creamos una lista musical en Spotify para darle otra dimensión a esta experiencia. La encuentras como Punk Alley. A lo largo del texto encontrarás entre corchetes la canción propuesta para cada etapa. Ora que si tienes el disco en vinil, tu experiencia será todavía mejor. ¿Estás listo?
{Blitzkrieg bop}
Iniciamos nuestro viaje. Los graffitis indican que estamos cerca de nuestro destino. Callejuelas con bardas de edificios a medio derruir, escombros olvidados, tuberías semioxidadas. Damos la vuelta en una esquina y vemos a lo lejos un grupo de muchachos. Están reunidos alrededor de un viejo bote metálico que sirve como instrumento de percusión para llevarle el ritmo a la delgada chica de pelo morado que canta por el simple placer de hacerlo. Al acercarnos descubrimos un estrecho pasaje a lo que parece otra dimensión. Hemos llegado a territorio punk.
Hacemos una fila para entrar uno por uno, tal como si fuéramos soldados en formación. Estamos dentro y lo primero que vemos es una pareja. Ambos lucen sendas crestas mohicanas. Ella está recargada de espaldas al muro, rodilla flexionada, pie contra la barda; él, parado frente a ella, platican. Son amigos, tal vez novios o amantes. Nuestra presencia los distrae solo un momento, nuestra apariencia ordinaria no captura su atención.
{Alerta antifascista}
Pasamos de la primera impresión e iniciamos nuestro recorrido. Hay una pequeña tienda de libros viejos unos metros adelante, entramos. El encargado hojea un ejemplar de La Rebelión en la Granja, de George Orwell. Un televisor proyecta una vieja película de dibujos animados basada en la obra. Vemos a los animales de la granja furiosos cuando se dan cuenta de que los cerdos, liderados por el déspota Napoleón, declaran la máxima del cinismo: “todos los animales son iguales; pero algunos animales son más iguales que otros”.
—Esta es la quinta vez que leo este libro —nos dice el empleado, de llamativos piercings en orejas, nariz y boca—, y cada vez lo encuentro más apegado a la realidad; todos los gobernantes son iguales, la misma calaña que hay que derrocar —su exaltación crece conforme nos habla—. ¡Para eso estamos los anarcopunks! Hay que crear un futuro mejor y por eso es necesario enfrentarse a las injurias de los medios y la brutalidad de los capitales. No hay futuro con este sistema, lo tenemos que hacer nosotros: ¡hagamos del punk una amenaza!
{Anarchy in the UK}
Una vez afuera del local, de donde el encargado nos despidió con un prendedor de obsequio con la frase “Do It Your Self (DIYS)”, nos dirigimos a una tienda de ropa. Ahí el color que domina es el negro. Chamarras, blusas, playeras, vestidos, pantalones, botas.
—Cada prenda es distinta y personalizable —nos dice una chica de pelo rojo mientras acomoda unos leggings—. La extravagancia es el sello distintivo del punk. Puedes escoger los remaches que quieras y hacer arte con lo que vistas.
Abundan los estampados con calaveras, símbolos de anarquismo y grupos musicales como los Misfits. Alguien del grupo pregunta por ropa emo.
—Ellos están demasiados ocupados con su ensimismamiento —responde la chica con la determinación de quien se conoce bien—, no los confundas con punk.
{Blade Runner}
Metros más adelante un llamativo letrero digital ilumina un tramo del callejón. Es inevitable dirigirnos allá. Parece un oasis futurista. Entramos al lugar sin saber de qué se trata. Nos recibe el holograma de un hombre del siglo pasado.
—¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Por favor, respóndame —es inevitable caer en estado de shock cuando un holograma se dirige a ti—. Permítame presentarme, mi nombre es Philip K. Dick, autor del libro que le mencioné a manera de pregunta. Mi futuro es su presente y debo confesarle que siento mucha curiosidad por saber si lo que describí en mi novela ya se hizo realidad. No alcancé a ver el estreno de la película basada en mi obra. Pero sé que se volvió una pieza de culto, una distopía cyberpunk.
Me gustaría que me contestara sin pensar mucho sus respuestas —continúa el holograma de Philip como si en verdad fuera a entablar un diálogo con nosotros—. Imagine que camina usted por un desierto y de pronto se encuentra con una tortuga boca arriba que mueve sus patas en un intento inútil por girarse. ¿Qué haría usted? ¿Siente empatía por el ser que sufre?
Sostengo la teoría de que con unas cuantas preguntas es posible identificar a los replicantes —explica el autor—, por mucho que se desarrollen en el aspecto emocional. Lo que no entiendo es cómo un Blade Runner como Rick Deckard se enamora de un androide; esos mismos que supone ser experto en “retirar”. El holograma se difumina y deja al espectador en una especie de pasmo.
{Nailing Descartes to the wall}
De vuelta en la calle. El hambre nos conduce al puesto de comida de enfrente. Quien tenga antojo de una jugosa hamburguesa de res tendrá que ajustarse al menú vegano del lugar.
—De este lado pueden escoger algo de lo peor que mejor me sale —el dueño, con la cara tatuada en su totalidad, suelta una carcajada ante nuestra confusión—. No parecen del barrio, así que les explicaré: todo lo que ven aquí nace de la tierra y nada ha tenido que ser asesinado; ni siquiera las hamburguesas, que también son de origen vegetal —el mismo preguntón de hace rato cuestiona el motivo—. Mira, amigo —responde el hombre—, mi clientela conserva algunas costumbres Straight edge. Muchos somos veganos porque estamos en contra del maltrato animal y la brutalidad sobre otros seres vivos por parte de la industria alimentaria.
{Fuck Fascism}
Al continuar nuestro recorrido de pronto nos quedamos paralizados en mitad de la calle con la vista clavada en un grupo de skinheads que se nos aproximan. Es demasiado tarde para desviar nuestra ruta y darnos la media vuelta delataría la intención de no cruzarnos con ellos. Nos quedamos parados mientras entramos en razón, nada malo nos debe de suceder, no nos estamos metiendo con nadie, solo estamos de visita para conocer esta cultura. Y en efecto, los muchachos, con sus prendas estilo militar y cráneos rapados, pasan de largo junto a nosotros. Uno de ellos lleva una especie de revistas hechas con fotocopias que nos reparte sin decir palabra. Se les conoce como “zines”.
El titular de la publicación es “El cabeza rapada NO es un cabeza hueca”. Y básicamente expone, discute y derriba el concepto erróneo de que un skinhead es un neonazi por definición. El artículo explica que, desde su origen, el skinhead es un movimiento que se formó de manera multirracial, pues era una mezcla de ingleses y jamaicanos que compartían el gusto por el ska, el futbol y la violencia física para ajustar sus diferencias. De ahí surgen los hoolingans. Pero no hay vínculo con el racismo o el fascismo. Lo que hay son valores de coraje, solidaridad y lealtad a los compañeros. El uso de símbolos como la esvástica nazi obedece a una provocación hacia la sociedad hipócrita que oculta su xenofobia detrás de supuestos “valores morales”.
Al neonazi se le conoce dentro de la comunidad punk como bonehead. Es el estúpido, cabeza hueca, politizado con ideas fascistas y que está al servicio de agrupaciones ultra conservadoras, partidos de extrema derecha y racistas. Pero esos, ni son la mayoría, ni deberían ser considerados punk: son boneheads.
{Smells like teen spirit}
Nos topamos ahora con un salón de piercing y tatuajes que lleva por nombre “Neuromante”, como el libro de William Gibson. El lugar lo atiende una pareja, y como no hay muchos clientes en ese momento nos atrevemos a preguntarles el porqué del nombre.
—Muy sencillo —responde la chica—, yo me llamo Molly y él Case. —Ambos intercambian risas de complicidad.
—Hay varias razones —explica Case—. Para empezar, somos fans del cyberpunk. Y luego, pues yo soy un maldito rata, adicto y hacker —reflexiona un poco sus palabras—, bueno, lo era. Igual que el protagonista de la novela.
—Y yo soy la prostituta retirada que le salvó la vida a este junkie de mierda y lo encausó para poner este negocio —complementa Molly ante la carcajada y posterior abrazo y faje con Case—. Si alguna vez necesitas contratar un hacker, procura que sea un punk, Y si encima es fan del Neuromante, ahí tienes a tu hombre.
{The passenger}
Con esta recomendación terminamos nuestro viaje como pasajeros al callejón punk. No sé a ti, pero a mí me ha parecido tan revelador que mi concepto de los punks ha cambiado totalmente. Qué bueno que este movimiento siga vigente. Y como dice la pinta del muro: “Punk’s not dead”

@xosemamero
Artículo publicado en la Revista Lee+ de septiembre 2017, edición num 100.

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