06 agosto, 2017

EPÍSTOLA A BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

Excelentísimo Don Bernal Díaz del Castillo:

Por fin, después de decenas de horas invertidas en su obra, he logrado terminarla de leer. Antes de entrar en materia, y por si usted solo leyera este primer párrafo, quiero felicitarlo por su extraordinaria labor. En verdad son dos méritos: conquistar y después narrar. Eso lo hace único. La humanidad se lo agradece; me refiero a la narración, de la conquista no estoy tan seguro.

Entremos en materia, audaz caballero. Hay dos aspectos que quiero traer a la mesa y discutir con su excelencia: su narrativa y los hechos en los que usted fue partícipe. Empecemos por lo primero: su libro es largo, larguísimo y lo que le sigue. En algún momento usted se disculpa por no ser escritor de profesión. Entendido y aceptado. Además, en su época, cuando la gente en general no sabía leer ni escribir, es súper meritorio lanzarse a redactar esta kilométrica relación de hechos a manera de herencia para sus nietos. Hoy en día los textos pasan por varios procesos de edición antes de publicarse. Si eso hubiera sucedido con su obra, le aseguro que habría reducido su volumen en un alto porcentaje: cincuenta, sesenta por ciento; tal vez hasta hubiera quedado en una tercera parte con datos e información a manera de apéndices, con lo cual sería una lectura mucho más amena, pues la aventura es épica.

Paso a recriminar sus rocosas descripciones e interminables repeticiones que delatan su limitada habilidad como escritor (dispense mis atrevidas reflexiones, su merced); en sentido contrario, admiro su constancia y perseverancia para escribir tanto en épocas previas a la máquina de escribir, por no decir procesador de texto, cosas que usted ni se imagina que ahora existen al alcance de cualquier vil persona.

En este tono le debo preguntar: ¿quién es el héroe de su crónica: Hernán Cortés o "nuestro señor Jesucristo"? Es que, don Bernal, parece que la figura divina le disputa protagonismo al conquistador Hernando. Esto lo menciono a manera de ejemplo para ilustrar el insufrible afán de recurrir constantemente a figuras religiosas que no aportan nada a la historia. Con dos o tres menciones ya nos queda claro que agradece a Dios su santa mano para ayudarles a partirle el queso y bolsear al Imperio Azteca. Pero bueno, entiendo que es cuestión de época y estilo.

Vamos a la parte esencial de su narración: los hechos. Su crónica me permite entender muchas cosas. Ojo, esto lo escribo quinientos años después de que ustedes conquistadores anduvieran por aquí, así que tengo una visión muy distinta a la suya. Para empezar, quiero decirle que la ciencia moderna ha desmentido las historias religiosas que ustedes daban por hecho. Incluso le cuento que un filósofo del siglo XIX ya dio por muerto a Dios, cualquiera: el cristiano, el judío, el musulmán; y desde luego a los dioses mexicanos: Huichilobos y Tezcatepuca entre muchos otros. Todos han quedado reducidos a nivel de bonita fantasía, lo cual no significa que ya nadie crea en dioses. Todavía una buena porción del mundo sobrepoblado cree en deidades, cualquiera. Y peor aún, siguen fanáticos por ahí regados que se hacen explotar para ganarse el cielo. Se llama terrorismo. Yo lo llamo exceso de ignorancia.

La anterior revelación reduce su conquista a lo que en verdad fue: un abuso monumental del fuerte sobre el débil. En efecto, se aprovecharon de su ventaja tecnológica de por lo menos mil quinientos años para arrasar todo un imperio con tan solo quinientos hombres. Wow, la verdad, Bernal, esta epopeya debe estar considerada en el Top 3 de conquistas universales chingonas.

Ahora, con el tema religioso puesto a un lado, es claro que lo que movió todo el show fue la ambición sin límites ni escrúpulos de su rey, la iglesia y ustedes mismos. Está bien, es la naturaleza del hombre desde siempre. Lo raro hubiera sido que Cortés, al ver la civilización con que se encontraba, hubiera querido tender vínculos de amistad y entendimiento mutuo. Y bueno, por favor no se extrañe de cuestiones tan frívolas como los sacrificios humanos y el canibalísmo que encontraron aquí. Ustedes allá en Europa no estaban tan lejos de ese tipo de salvajadas con sus guerras imperiales y cruzadas. Con esto quiero decirle que chole con su asombro al ver las formas y costumbres de los indios.

Quiero subrayar que usted me dio mucha luz para imaginar la forma de ser de personajes como Moctezuma, Xicohténclatl y el mismo Cortés. El emperador Azteca me parece, por lo que usted narra, que era un hombre pacífico, medianamente sabio y sobre todo inocente. La verdad, qué mala onda de Cortés al tratarlo por medio de engaños para terminar por robarle vilmente su tesoro y esclavizar a su pueblo. Hernando me parece un astuto bellaco, bastante tramposo y marrullero. Hoy en día abundan esos bichos, los llamamos políticos; aunque estos personajes están lejísimos en cuestión de valor con respecto a su notable capitán. De los Tlaxcaltecas ni qué decir, el prototipo del mexicano convenenciero. Y es que si una conclusión se puede extraer de su obra, es que perfila a la perfección la forma de ser de los españoles, interesados solo en la fortuna; los indios, naif, usados y esclavizados; y los mestizos, aleación de ambas características dominantes que hoy en día sabemos que resultó en el estereotipo del mexicano: naco, tranza, cínico, altanero y clasista.

Indio, mestizo y español son los tres perfiles que conforman la sociedad del México moderno. Nación independiente desde hace más de doscientos años. Lo malo es que esta forzada amalgama da por resultado un país inculto, atrasado y violento. Los valores y la cultura, hasta la fecha, han perdido la batalla. Así como perdió Cuauhtémoc la Ciudad de México.

¿Será posible darle un giro desde dentro o se necesitará de una nueva Conquista de la gran Tenochtitlán?


@xosemamero

No hay comentarios.:

Publicar un comentario