18 enero, 2018

TRAGEDIA DE QUIQUE REY

*Texto basado en el clásico de Sófocles, Edipo Rey.

Quique Rey corre desesperado, peine en mano, por los pasillos de su Casa Blanca, el palacio desde donde gobierna con la sabiduría y comprensión que le inspira su bella, famosa y putrimillonaria gaviota esposa. Quique está ansioso, nervioso, asustado. Sus lacayos le han informado de una revuelta popular que amenaza la estabilidad del reino.

⟪Te verás, Quique en prisión⟫ es el grito popular que se escucha por las calles y avenidas citadinas. Tal parece que hay descontento generalizado en el pueblo. Quique no entiende cuál puede ser la razón, si él todo lo ve en paz, progreso y armonía. Corre y corre por su palacio rumbo al salón Oráculo para conocer la verdad.

Al llegar, el lugar se encuentra ya colmado de sacerdotes tricolores y leales gobernadores venidos de lejanas provincias. Quique Rey recupera la calma al verse rodeado de amigos, se acicala el copete con su inseparable peine y saluda gustoso a los presentes. La sesión sagrada, y privada, arroja resultados que el mismo Quique se encarga de comunicar a algunos medios, los aprobados por gobernación para tener el honor de estar presentes y escuchar el sesudo comunicado del Rey.

—No son los asesinatos, la delincuencia, ni la pobreza; no es la corrupción, el narco, ni los secuestradores. No es la inseguridad, ni la desigualdad. ¡ni mucho menos la extorsión electoral! Esta revuelta social se debe, única y exclusivamente, a una presencia diabólica y perversa que amenaza la estabilidad del reino. Es preciso acabar por cualquier medio con la causa, un ser del cual sólo conocemos su apodo: el Extraño Enemigo.

Quique tiene una duda, algo no le quedó claro luego de la divina revelación emanada de su cónclave en el salón Oráculo. Sí, hay que mandar destruir al ente desestabilizador. Pero, ¿quién es aquél que los sacerdotes profetizan como el Extraño Enemigo? Quique Rey está confundido, peina con insistente nerviosismo su copete. Esto de la política es tan bonito y redituable cuando no hay demonios que la amenacen. Quique manda llamar a su fiel secretario aprendiz para que averigüe cuanto antes quién encarna a tan satánica presencia. Ordena movilizar toda la fuerza del Estado para dicho fin. Dentro de su sabiduría está convencido de que el pueblo entenderá que no hay misión más importante que dar con el responsable de poner en riesgo y duda el honor de su gobierno; cualquier otra cosa puede esperar.

Luego de varios días con sus noches, durante los cuales el pueblo no se cansa de gritar a coro el estribillo de su manifestación ⟪Te verás, Quique en prisión. Te verás…⟫, las autoridades ponen a disposición del rey un diminuto ser, casi con apariencia de elfo, que si bien rechaza ser el buscado Extraño Enemigo, sí ofrece, a cambio de su libertad, hacer uso de sus poderes como adivino para revelar la identidad del susodicho.

—Es el Extraño Enemigo, aquel que triunfará en el siguiente llamado popular a comicios.

Quique Rey no come, no duerme y no firma acuerdos políticos desde aquella revelación. Ya ni siquiera pela a su amada gaviota esposa. Solo encuentra consuelo y calma al levantarse el copete con su adorado peine. —¿Es que acaso, cualquiera que gane la elección para sucederme será el Extraño Enemigo que me condene a la ruina? —Quique empieza a dudar de todo mundo hasta que recibe consejo de uno de sus mentores: su antecesor, aquel gran rey celeste que trajo paz a la patria por medio de una mediática estrategia de "violencia tarantiniana". Quique Rey ahora sabe qué hacer.

—Que traigan de nuevo al enano adivino ese, y esta vez lo persuadiremos por las buenas para que sea más preciso. Pues nada ni nadie le tomará el copete a Quique Rey.

Tal como fue ordenado y con las mejores maneras: un ojo morado, tres dientes menos y el tabique nasal reacomodado; se trajo de nuevo al elfo frente a su majestad. Mas esta vez, la presencia del adivino resultó en maldición para el gobernante. Y es que parece que estos elfos son seres de muy mal genio y limitada voluntad cooperativa.

— Será realidad el coro popular y te verás tú, Quique Rey, y todos tus cómplices lacayos, confinados de por vida a prisión. Esto, por no querer ver las necesidades de tu pueblo, se hará verdad a los pocos días de que el Extraño Enemigo triunfe en la elección.

Gritos lastimosos, provenientes de la Casa Blanca, se escucharon a lo largo de todo el reino. Dolientes alaridos de los cortesanos del rey que prefirieron el suicidio a la desdicha del encierro. Terroríficos aullidos de un pasmado Quique al ver a su gaviota esposa colgada ya sin vida de un lujoso candelabro en la más suntuosa sala del palacio.

Y más horrible fue ver lo que a continuación sucedió. Quique sacó de su bolsillo su preciado peine para partirlo en dos y, alzando ambos trozos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos al tiempo que gritaba al vacío que no le verían a él ni los males que había padecido, ni los horrores que había cometido, ni tampoco las vergüenzas en que había sucumbido; sino que estarían en la oscuridad el resto del tiempo para no verse jamás a él mismo en la peor de las desgracias: el encierro eterno en prisión.

Haciendo tales imprecaciones una y otra vez, que no una sola, se iba golpeando los ojos con los pedazos del que alguna vez había sido su peine favorito. Las pupilas ensangrentadas teñían las mejillas y no destilaban gotas chorreantes de sangre; sino que todo se mojaba con una negra y espesa lluvia, tan oscura como el alma de las decenas de lacayos que por todo el palacio yacían en mortal y cobarde agonía.

Por si las moscas, el monarca ordenó cancelar de por vida todos los comicios en su reino. Así nunca nadie, por muy Extraño Enemigo que fuera, podría llegar al poder. De esta manera y por lo tanto, jamás de los jamases caería Quique Rey en la vergonzosa desgracia de ver su libertad mutilada.

Fue así como se logró desactivar la diabólica maldición que le lanzó aquel malnacido elfo. Hoy el pueblo sigue en pie de lucha contra su gobierno, hoy la situación está un tanto peor que en tiempos pasados, hoy Quique Rey ve el dolor de sus gobernados con la misma empatía, entendimiento y condolencia de antes. En aquel lejano tiempo en que sí tenía ojos para ver, para verse a sí mismo, para verse a sí mismo peinar su gracioso y engominado copete real.

@xosemamero

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