Tal como lo dice el título, Oriana Fallaci escribe desde la rabia y su orgullo de italiana. Ella fue una apasionada periodista que llevó y vivió su profesión al extremo. Nacida a finales de la década de los veinte en Florencia, Italia, a Oriana le tocó vivir la implacable dureza de la guerra y el fascismo en su patria. Eso la forjó con el carácter que después la hizo sobresalir como una de las mejores entrevistadoras de nuestro tiempo. Aprendió el arte de la entrevista como un combate de esgrima donde sólo con respeto, estrategia y habilidad se puede salir victorioso.
La buena fortuna que suele acompañar a los exitosos la llevó a estar en los lugares precisos en el tiempo adecuado. De tal forma que, por ejemplo, fue herida en la masacre del sesenta y ocho en Tlatelolco, Ciudad de México. Para el nuevo milenio, Oriana vivía su propio exilio, como ella lo llamaba, en Nueva York. Ahí estuvo aquel fatídico 11 de septiembre del 2001. La fecha que marcó un parteaguas, que cambió la forma de vivir de millones de personas alrededor del mundo y que para la periodista significó el detonante para decir lo que por años había decidido callar.
En tan solo un par de semanas, Oriana se pone a escribir, sin parar, todo lo que sentía. Ella acusa y confronta a los italianos, en primer término, y también al resto de europeos, de mantener una muy tibia posición frente a la “invasión” de inmigrantes musulmanes ilegales que en menos de veinte años han transformado las ciudades europeas.
Oralia hace una dura crítica a la sociedad actual que se ha vuelto demasiado egoísta y que sólo anda en busca de la propia felicidad, sin importar el costo que ésta pueda tener; peor aún, la felicidad para el pobre, para el plebeyo, que pasa casi sólo por el enriquecimiento económico. Ya no hay espacio para redimir a las clases bajas. Y sin embargo, se hace el contraste con la sociedad americana, que a pesar de sus excesos y muchas veces mal gusto; de sus diferentes problemas sociales y confrontaciones internas, la norteamericana es una sociedad capaz de unirse, de ser solidaria y de sentir un auténtico patriotismo.
El objetivo principal de la furia de Oriana son los políticos. Esos que sólo hacen promesas para ganar a como dé lugar, que no les importa llegar con un partido, bajo una filosofía, y antes del tercer día verlos cambiar de bando político con los antes acérrimos rivales. El uso de la política al servicio del funcionario, y no al revés, como debería ser. En otras palabras, el “chaqueteísmo” de aquellos que no alcanzan a distinguir entre el servicio público y el servirse del público. El tema del abstencionismo o voto nulo de una sociedad que desea enviar el mensaje de: “váyanse todos al infierno”. Es el voto triste del ciudadano que no se reconoce en nadie, que no puede encargarle a nadie que lo represente, que no se fía de ningún candidato: el ciudadano que siente solo, abandonado, defraudado por el sistema.
Oralia también se lanza contra los sectores minoritarios de poder; esos que con su petulancia y prepotencia inspiran la antipatía de la clase media, la clase trabajadora, a fin de cuentas, la clase que en verdad sostiene y mantiene a cualquier nación. La redefinición de libertad cuando se entiende como una autodisciplina. Considerar el Derecho a partir del Deber. Esto es lo que Oriana señala para el conjunto de naciones europeas que pierden su identidad a pasos agigantados ante el inmigrante musulmán que en silencio va tomando cada vez más espacio en una tierra donde, para él, todos son pecadores, todos son escoria que merece ser destruída igual que como se hizo con las Torres Gemelas de Nueva York.
Y en lo que toca a nosotros los latinos, hay cantidad de campanazos de rabia que Oralia señala para sus paisanos europeos y que describen a la perfección la situación por la que atravesamos en México. Desde hace mucho que es tiempo de actuar como sociedad. La pregunta no es si se necesita un despertar, la pregunta es si aún es tiempo o ya es demasiado tarde.
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